miércoles, 4 de enero de 2012

El prisionero del cielo.

 Aquel año a la Navidad le dio por amanecer todos los días de plomo y escarcha. Una penumbra azulada teñía la ciudad, y la gente pasaba de largo abrigada hasta las orejas y dibujando con el aliento trazos de vapor en el frío. Eran pocos los que en aquellos días se detenían a contemplar el escaparate de Sempere e Hijos y menos todavía quienes se aventuraban a entrar y preguntar por aquel libro perdido que les había estado esperando toda la vida y cuya venta, poesías al margen, hubiera contribuído a remendar las precarias finanzas de la librería.
- Yo creo que hoy será el día. Hoy cambiará nuestra suerte- proclamé en alas del primer café del día, puro optimismo en estado líquido





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